jueves, 13 de marzo de 2014

El corazón puede que carezca de razón pero nunca se equivoca

Ha pasado mucho tiempo, tanto que apenas recuerdo tu rostro bajo mi cansada memoria.

Créeme, sigo siendo aquel pequeño que un día desordenó las piedras de la realidad para vivir un sueño. Muchas veces he pensado en escribirte. No tiene mucho sentido hacerlo pero cada instante que mi corazón calla las puertas del tuyo se cierran, yo no puedo aceptarlo.

 Aquella esquina siempre tuvo algo más que decir. Yo era muy crío y quizás el dolor era un espacio placentero para encontrarnos el uno con el otro. Creo que la vida ensayó contigo sus infinitas posibilidades y no es justo que nadie la juzgue.

Despertarme y ver tu foto es un regalo amable que mi niñez me da cada mañana. A veces prefiero pensar que el cielo no es un invento de los hombres y que el tiempo rescatará algún abrazo, cuando ya no importe el tiempo.

Ahora entiendo la necesidad de ser feliz. Me ha costado años querer ser quién soy, a respetarme a mí mismo,  a aprender que el corazón puede que carezca de razón pero nunca se equivoca.


Las palabras son un espacio público, da igual que se lean desde muy lejos. 

 Estás muy vivo aunque el mundo diga que tus ojitos se cerraron. 

Gracias por enseñarme a ser feliz.


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